Jazz, trompetas y aceitunas

El jazz tiene un buen filtro para neófitos. Una barrera de entrada que aún no he podido saltar: la trompeta. Pienso ahora en la forma que más me estimula que es la de un cuarteto formado por piano, bajo, batería y un cuarto elemento variable, que podría ser la marimba, el saxo o el trombón, pero usualmente es la trompeta.

Existen instrumentos generosos e instrumentos virtuosos. Está por ejemplo el contrabajo, gigantón de paso pesado y noble que con sus notas cargadas abre el espacio para dejar que otros se luzcan. El contrabajo es un instrumento que poco disfruta de la aparición en solo y, sin intimidarse al ser expuesto, se limita a sonar para no incomodar al auditorio con su silencio, aunque rápidamente vuelve a la parte posterior, se sienta y hace lo que mejor sabe: contener con sus brazotes al resto de los equilibristas. Está el piano, virtuoso instrumento si los hay, pero que mantiene una mano cerca de sus compañeros de base. Golpea con la batería, se encuerda grave con el bajo y, cuando se entrega a un maestro como Thelonious Monk (foto), te arrolla con sus solos diamantinos.

Cuando el piano se entrega a un maestro como Thelonious Monk, te arrolla con sus solos diamantinos.

Cuando aparece la trompeta y predomina es cuando desconecto. Algo cambia en ese equilibrio. Esto ya me ha pasado antes. Lo he visto en equipos de fútbol en los que todos colaboran para que el número 10 se destaque. Y debo asumir que han habido conjuntos muy efectivos con esa fórmula y otros a los que, además, daba gusto ver jugar. Por eso comencé diciendo que la barrera era para neófitos, pues aún no logro determinar si es que la trompeta realmente puede volverse un instrumento insoportable o es mi oído el que no está afinado para comprender lo que está ocurriendo. Si tuviera que decidir, me inclinaría por la segunda opción.

Pienso en otros sopranos de ego grande como el violín. No forma parte estable de estos cuartetos, pero los mejores compositores clásicos de todos los tiempos han escrito para él. Realmente saben de qué va esto de ponerse predominantes. Sin embargo, disfruto mucho más su radicalidad que la de las trompetas. Me haré ver con algún especialista o seguiré pensando.

Y debo asumir que han habido conjuntos muy efectivos con esa fórmula y otros a los que daba gusto ver jugar.

Más que pensar recuerdo que para no creer que he llegado a un razonamiento final, en el arte siempre tengo a mano mi aprendizaje sobre las aceitunas. Cuando era pequeño existían pocos alimentos que me resultaran más desagradables. Era ver esas pepitas verdes y venirme arcadas. Ni hablar si eran negras. Ajenos a mí, los adultos las devoraban con ansias. Al crecer y acostumbrar a mi paladar con alimentos más elaborados e intensos, las aceitunas dejaron de parecerme horrorosas y se incorporaron a mi dieta. Hoy creo que son una de las pocas adicciones que tengo.

Las aceitunas, por ejemplo, me enseñaron a tragarme la crítica cuando hacia el final de mi colegio secundario me dijeron que Picasso había sido un gran pintor y yo sólo advertía dibujos informes. Estaba claro que el problema era todo mío. En las aceitunas pienso ahora que escucho a Lee Morgan, un trompetista maravilloso tocando «I remember Clifford» (por cierto, Morgan fue asesinado de un disparo mientras tocaba su trompeta. En un escenario de Manhattan. A los 33 años. 1972. Lo mató su mujer. Según dicen, lo encontró con otra).

(pausa reflexiva)

Siete minutos. Oídlo vosotros también. Comprobaréis que, efectivamente, puede que el problema siga siendo todo mío (y de la desquiciada mujer de Morgan, muerta de un ataque al corazón en 1996) .