El mar de madera de Jonathan Carroll
Termino de leer «El Mar de Madera» de Carroll y debo decir que me he dejado arrastrar por su fantástico mundo. Y fantástico en toda regla. Primero, porque te involucra en una inesperada sucesión de viajes en el tiempo (y lo hace de una manera tan adecuada que incluso a los que no somos fanáticos de la ciencia ficción, nos convence de que estamos ante un relato perfectamente verosímil y que deseamos leer). Fantástico, en segundo lugar, porque la historia es encantadora.
Nos convence de que estamos ante un relato perfectamente verosímil y que deseamos leer. La historia es encantadora.
No haré una crítica literaria, que para eso hay gente mucho más inteligente que yo. Simplemente diré que la novela se me antoja una bonita experiencia de reflexión y acercamiento a uno mismo. Frannie McCabe, el comisario que fuera un matón y que cree no amar lo suficientemente a nadie como para lamentar su pérdida, se enfrenta ante retos descabellados a través de los cuáles halla motivos para hacer los mayores sacrificios por las personas que lo rodean.
Recuerdo la escena en la que habla con su propio padre en uno de sus viajes al pasado, sentado en un bar de carretera de mala muerte. En la reunión padre-hijo, nunca sensiblera, se disfruta de una complicidad muy íntima, ternura y admiración entre ambos. A Frannie le ocurre lo que a muchos de nosotros si pudiéramos conectar sincera y anónimamente con las personas que damos por sentadas: observa con asombro cómo se exhibe ante él un hombre radicalmente nuevo del que recordaba. Muchos pensamientos se disparan en el lector ante este tipo de situaciones. ¿Por qué elegimos transitar sólo terrenos conocidos con las personas que más queremos? ¿Cuando perdemos el interés por sus vidas? Y hasta participa un futuro-pasado presidente de Estados Unidos, volviéndolo uno de los momentos más graciosos del relato.
La obra de Carroll es todo un manifiesto en favor de ambas y, por eso, se convierte en una de esas que agradezco haber encontrado
Frannie atraviesa su periplo y va sacando del continuo de la rutina a sus amigos, su matrimonio, su hija y, sobre todo, a él mismo. ¿Cómo remar en un mar de madera? Le pregunta una joven muerta y el narrador no nos deja ninguna respuesta lógica, que es lo que siempre esperamos. Jamás dice que la masa de la pizza lleva 250 grs. de harina, 100 ml. de agua y medio sobre de levadura en polvo (la receta funciona). Sin embargo, nos aporta algo mejor. Hace unos días leí un Twitt del maestro Lodro Rinzler en el que decía que existían dos preguntas realmente importantes: Cuánto confías en ti mismo y cuánto ayudas a otras personas. Entiendo que la obra de Carroll es todo un manifiesto en favor de ambas y, por eso, se convierte en una de esas que agradezco haber encontrado.
Otra cosa. Carroll me resulta atractivo porque, pareciendo un escritor de superficie, se mete con cuestiones realmente profundas. Por momentos uno lo lee como cuando de pequeño elegía las opciones de los cuentos de «Elige tu propia aventura», pero no hay que dejarse engañar. El estilo de Carroll y las frases directas de un tipo simplón como su protagonista, son iguales que el brazo derecho giratorio de Sugar Ray Leonard, que atrapaba la atención del rival para descargar la letal izquierda en el momento que menos te lo esperas.
Nada más, porque para sinopsis la tienes en la web por todas partes.
¿Cómo remas en un mar de madera?
Ilustración (y tapa del libro): Rafal Olbinski