Murakami

Murakami: «Sauce ciego, mujer dormida»

¿Se puede pedir más? Veinticuatro relatos y un prólogo en el que Haruki Murakami  reflexiona sobre su modo de trabajar: “Si escribir novelas es un reto, escribir cuentos es un placer”. Para Murakami los dos procesos son complementarios y los va utilizando en forma alternativa, pues una vez que termina una novela, siente el deseo de escribir algunos cuentos. Y se diferencian por el esfuerzo que cada uno insume: “Uno de los placeres de escribir cuentos es que no se tarda tanto tiempo en terminarlos. Generalmente me lleva alrededor de una semana dar a un cuento una forma presentable. No es como la total entrega física y mental que se requiere durante el año o los dos años que tardas en redactar una novela”. También dice que escribir cuentos es como improvisar en el jazz, pues el argumento es el que termina llevando al autor hacia dónde le place. El buen autor sólo debe seguirlo. Por eso el resultado final nunca es el imaginado al comenzar a escribir.

(Describiendo a una adicionista de un restaurante) Su apariencia era dura, fría y, de estar flotando en el mar de noche, el barco que hubiese chocado con ella seguro que se habría hundido.

Mis sensaciones. Murakami en historias cortas no cuenta con tiempo suficiente para atraparte en sus mundos fantásticos, esos que se encuentran a un pie (o una escalera) de distancia del nuestro, pero una vez en ellos entiendes que te hallas al otro lado de la galaxia y sin posibilidad de retorno. Cuando terminas de leer un cuento quieres que lo próximo que siga sea más de lo mismo y no una nueva historia.

Otra diferencia entre el Murakami de cuentos y el de novelas, es que me ha evitado saltarme algunos párrafos descriptivos que me aburren de sus historias más largas. Esto es consecuencia del desencuentro entre la finísima sensibilidad de Murakami y mi rústica percepción (estimo que lo mismo diría un perro si me oyera hablar hablar sobre la composición CMYK). Yo distingo seis colores primarios, seis secundarios, el blanco y el negro. Cuando dicen que un color es ‘salmón’ lo único que se activa en mí son las glándulas salivales pensando en pescado a la plancha. Sumado a ello, estimo que en Japón tienen una mayor riqueza perceptiva, originada en una lengua que utiliza, por ejemplo, cincuenta signos diferentes para el fenómeno ‘lluvia’. Para nosotros es sólo lluvia. Es lógico que Murakami sea exhaustivo a la hora de describir una realidad que posee para él muchas más variaciones.

En esas situaciones me siento como si estuviera enterrado pero con la punta del pie izquierdo asomado por fuera. Alguien acabará, antes o después, tropezando con él.

Una de las sorpresas más bonitas que encontré en “Sauce ciego, mujer dormida” fue leer el cuento “La luciérnaga”, origen de “Tokio blues. Norwegian Wood”, la primera novela que leí de Murakami y una de mis preferidas. El relato “Los gatos antropófagos” es asimismo germen de “Sputnik, mi amor”.

Si tuviera que describir a Murakami en pocas palabras diría: suicidio, amigas, jazz, ánimas, cerveza. Todas se vuelven narrativamente deseables en estos cuentos. La mayoría son historias sin final que se apagan con suavidad, igual que un sonido ambiente al que se baja el volumen de a poco. Uno presiente que el relato va a concluir y no resulta incómodo cerrar el libro para hacer una pausa. Sin embargo, atrás no dejas una historia envuelta y con moño, sino un pasaje tan abierto como la semana que empezó el lunes y transita ahora el jueves. Y eso tiene un peligro. Al finalizar un cuento simplemente guardaba el libro, bajaba del metro y me ponía a andar; pero al poco tiempo me detenía. Algo había cambiado y nunca supe determinar qué.

Así pasé mis dieciocho años. El sol salía y se ponía; izaban la bandera y la arriaban. Y, al llegar el domingo, salía con la novia de mi amigo muerto.

Con Murakami me siento en ocasiones como la gallina que sigue corriendo cuando le han cortado la cabeza. Los científicos tienen para ello explicaciones muy sensatas. Yo creo que la gallina tarda un poco más en darse cuenta de su propia muerte. El humano, en cambio, al ver rodar su testa guillotina abajo se caga del susto y la palma. Pero la gallina no entiende y sigue corriendo.

No me quiero liar. La muerte tiene dos características: es un cambio de estado y no le permite al sujeto reflexión alguna. Murakami para mí es una especie de muerte, pues al leerlo siento un reordenamiento de ciertas piezas en mí, pero no puedo ponerles nombre, ni sé cuál es la nueva forma que adoptan. Y me gusta ese cambio sin reflexión.

El viento conoce todo cuanto hay en tu interior. Y no sólo el viento. Todas las cosas. Incluso las piedras.

Recuerdo haber asistido a una charla de un monje budista que hablaba de la mente y se tocaba el pecho. La imagen era tan discordante que no pude prestar atención a lo que decía. La idea de tener la ‘cabeza’ donde va el corazón coartaba mi posibilidad de reflexión. Sin embargo, yo disfrutaba su presencia, su mal español, y sentía que su mensaje hacía mella en mí. Murakami.

Los textos destacados son citas
de «Sauce Ciego, Mujer Dormida«

Imagen por: Alaisk Murasaki

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