David Bowie

No estás solo, amor

Entre las personas y cosas que se esfuman, algunas lo hacen en forma mucho más notoria. Por ejemplo Bowie. Que se muera Bowie es una mierda mucho más grande que si se muere cualquier otro, incluyéndome por supuesto. Para quienes sospechamos que lo de los avances tecnológicos ha sido una voluptuosa trampa a las posibilidades de libertad, un vil tubo de suero conectado a la mente, alimentándola de azúcar y pérdida de tiempo, en fin, para los que cada vez nos vemos y sentimos más estúpidos, saber que Bowie seguía correteando era un páramo de paz que nos permitía tomar un poco más de aire, una bocanada profunda.

Hace tres o cuatro días vi una foto de David en un tren. Era una de las fotos del día de un periódico y hablaba de un recorrido virtual por la carrera o vida de Bowie. Me acuerdo que en ese momento sonreí y pensé, “qué bueno que siga creando” y en cada una de las obras de este caballero errante, yo sentía que se abrían espacios y que no estaba todo perdido. Aclaro, porque era un sentimiento muy específico. La esperanza provenía en que había un ser que volcaba el arte sobre la vida ordinaria y nos hacía ver la realidad en una forma nueva y más placentera. La esperanza de la obra artística. Eso era Bowie. Ese es el corazón que se ha detenido ayer y por eso duele más que otros.

Es de Schopenhauer la idea de que como el mundo pasa por completo de nosotros, rechaza nuestras ideas sobre él, generamos lo que entendemos por realidad (sí, debo haber retorcido por completo el concepto, pero mi memoria es menos de fiar que político en consejo directivo de banco público). Bueno, que tras ese rechazo del mundo a ser como se nos antoja, aparece un exterior separado de nosotros al que llamamos realidad. El arte de Bowie era una extensión subjetiva sobre ese mundo, era para mí como la concesión de una tregua mediante la cual el mundo se daba vuelta, te miraba a la cara y decía “ok, entiendo, tú estás ahí”. Duraba poco, pero alcanzaba, y la sensación de satisfacción era igual a la del niño llorica que es silenciado por el enorme y lechoso pecho materno.

Lo más cerca que estuve de Bowie fue una muestra en el Museo Británico a la que llegué tarde, varias semanas. Sólo quedaba el cartel de lo que había sido. Llovía, como siempre, y el museo era un invaluable refugio gratuito para pasar el rato. Pensé en Bowie como un verdadero ideal. ¿Qué acto más bonito puede haber para un artista que ser homenajeado en tu ciudad? Y mucho más cuando tu ciudad es Londres. Me dio felicidad por Bowie y, como si lo conociera, disfruté que haya podido vivir eso. Ojalá su vida haya estado colmada de alegrías.

“Rock ‘N’ Roll Suicide” es maravillosa, igual que todo “The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars” (ese es el nombre del disco). Además de conmover musicalmente, la canción es una oda a la compasión y la amistad o amor más profundo, que surge en cualquier noche de excesos y se vuelve infinito, aunque sólo dure unos instantes. Un hombre atormentado por la crueldad del mundo, otro extasiado en sus propio deseo de ayudar y acompañar. Cierra el álbum tendiendo su mano al pobre Ziggy que ya no tiene dudas de que haber bajado a este planeta ha sido un error. Y hay luz, mucha luz, y frases que deberían quedarse guardadas y deberías repetirte el día entero: no estás solo amor, recuérdalo siempre, no importa qué o quién hayas sido, no importa dónde hayas estado, te voy a ayudar con el dolor, no estás solo.