El Pigmeo terrorista de Chuck Palahniuk

Hablaré sobre el libro Pigmeo, de Chuck Palahniuk, pero antes diré tonterías y me dispersaré, así que recomiendo evitarse el bodrio, saltarse varios párrafos y empezar a leer donde dice: “Pigmeo es la historia de un grupo de estudiantes…”.

Este blog es un puto desastre. Me paso el día pensando cosas, pero cuando llego a casa, muerto del trabajo, ya no escribo o me pongo a bosquejar la tercera novela para que, como la primera y la segunda, nadie las lea. Es el hobby de lo infructuoso. En mi casa habrían preferido que ganara dinero en lugar de dilapidar las horas con el autoengaño complaciente. Plata o masturbación, parafraseando a un narcotraficante al que quieren parecerse la mitad de los hombres del planeta. Tal es la fuerza de la obra artística.

A los veinte años leí una biografía novelada de Félix Luna (historiador y novelista) sobre Julio A. Roca, que presidió la Argentina cuando todavía no existía la democracia y llevó adelante un genocidio de pueblos originarios. Conecté con los problemas y la humanidad de Roca, aunque lo considero uno de los mayores criminales de la historia. Tal es la fuerza de la obra artística.

Chuck Palahniuk es uno de los escritores que más disfruto leer y lo conocí gracias a la peli de “El Club de la Lucha/Pelea”. Lo primero que supe de él fue que trabajaba en una gasolinera, después que Brad Pitt le había agradecido por dejarle interpretar el mejor papel de su vida. Por tanto, no tenía ni idea de cómo escribía, pero ya me gustaba. Tal es la fuerza de la obra artística.

Palahniuk me daba esperanzas. Como estudiante de periodismo yo iba a terminar con un trabajo muy similar al suyo (el de la gasolinera, no el de escritor) y necesitaba creer que se podía escribir aunque uno perteneciera al grupo de los que venden el cuero para llenar la tripa. También disfrutaba de su pensamiento anarquista, las peleas y las partes de los cuerpos parloteando como máquinas deleuzeanas. Hoy Palahniuk me gusta porque es una compañía grandiosa para los que somos lectores de metro o autobús, los que no tenemos horas disponibles en casa para leer una novela con tranquilidad. Faulkner o Joyce no se llevan bien con el transporte público.

Pigmeo es una novela del año 2009 y uno de los libros menos logrados de Chuck. Una persona del espectáculo una vez entrevistó a Charly García, genio musical de la Argentina. En un momento de la nota, ocurre este diálogo:
Charly García: “¿Vos creés que yo soy un artista?”.
Entrevistador: “No lo sé. Creo que hiciste grandes cosas y en un momento empezaste a copiarte a vos mismo”.
Charly García: “Yo pienso que vos sos un pelotudo”.
Creo que Palahniuk me diría lo mismo si leyera lo que voy a escribir. Y tendría razón.

Pigmeo es la historia de un grupo de estudiantes de intercambio, de un país comunista, que son en verdad agentes secretos y deben convivir entre yanquis para realizar un atentado contra los EEUU. Bien. Imagino que el autor se planteó aquí: “¿Cómo llego de A a Z? ¿Voy preparando el atentado en cada capítulo? Falta sustento. Debería trabajarme alguna trama secundaria que me ayude a cruzar el temido valle de la mitad de la obra”. El problema: la trama secundaria, un estudiante desequilibrado que le entra a tiros a sus compañeros de colegio, resultó más atractiva que la principal. Y esto es, entiendo, porque es la que atraviesa la humanidad de los personajes, la que tiene una causa real, la que nos permite, a pesar del descarado humor, conectar con la tragedia.

Luego, Chuck recurre a algunas de sus probadas fórmulas para empujar el relato hacia su clímax, algunas mejor utilizadas que otras:

La primera. Los mantras. Me encantan los mantras. León Trotsky: “La insurrección es un arte y, como todo arte, tiene sus leyes”. Vladimir Lenin: “Un hombre armado con una pistola puede controlar a cien sin ella”. También cita a Hitler, Mussolini, Perón, Evita, Mao, el Che Guevara, entre otros. Y digo mantra y no frase, porque así las utiliza el autor en varias de sus obras, activando algo inconsciente y profundo en el lector, aunque muchas veces son de lo más superficiales. Esta vez, sin embargo, no siempre están logradas, ni se establece una conexión clara con el capítulo que pretenden significar.

La segunda. La crítica social. Poco tiene que estar desarrollado tu corazón para que no te agrade leer a un tipo que destroza a una empresa de comida rápida, a los banqueros, a la televisión. Sin embargo, en esta novela, el autor permite que este mundo narrativo y simbólico pase a primer plano y se coma o entorpezca la trama. Hacia el final ya nos cansa recordar que los americanos son unos malditos consumistas, glotones e hipócritas, porque lo sabíamos desde el primer capítulo.

La tercera. Lo escabroso, violento, abyecto. Es el combustible de todas sus novelas, lo que te mantiene alerta en el metro cuando con cualquier otro autor te dormirías o pasarías al móvil. En Monstruos Invisibles, por ejemplo, lo utiliza muy bien. En Pigmeo funciona de a ratos.

El narrador merece un párrafo aparte. La característica principal de la obra es la de estar narrada en primera persona por el Agente 67, que tiene un modo de hablar entre formalísimo y devocional. El propio Palahniuck menciona a “El guardián entre el centeno”, porque en Pigmeo vemos el mundo a través de ese adolescente al que han programado mentalmente casi desde su nacimiento. Cada capítulo es un informe escrito por Pigmeo y existe un desencuentro permanente entre la percepción de la realidad del narrador, la elección inapropiada de palabras en sus diálogos y la situación real. Los desajustes le llevan a fracasar en una de sus misiones fundamentales antes del gran acto terrorista: inseminar a todas las americanas posibles.

El problema principal del narrador: cansa, porque necesita muchas palabras superfluas para expresarse. No sé cuál hubiera sido la mejor solución, si cortar un poco la cantidad de páginas (hay capítulos que no aportan gran cosa) o cambiar el narrador sobre la mitad del libro. Ya he dicho que no puedo resolver mis propios problemas al escribir. El segundo: promediando la novela y hasta el final, ya no hace gracia como al principio. Esto debería haber sido más evidente para el escritor. El tercero: ¿Por qué el narrador escribe de esta forma extraña cuando no está reproduciendo un diálogo? Si los reportes vuelven a su país natal, no debería usar su inglés afectado, sino su idioma materno, y estaríamos leyendo una traducción. No me terminó de cerrar.

Hasta aquí mis comentarios. No tengo final para la nota. Ayer me entretenía pensando que me resultaba más interesante el arco del autor que el del protagonista de Pigmeo. De aquel final de bombas y destrucción en “El Club de la Lucha/Pelea”, a este final en el que el Agente 67 abraza los valores americanos tan criticados. Si lo pensamos así, Palahniuk pasó de ser un escritor antisistema al abanderado del neocapitalismo trumpiano. En verdad no pienso nada de eso. Se trata de dos parodias, dos finales que expresan un absurdo como corolario de obras que todo el tiempo tienden y rozan lo absurdo. Démosle crédito por ello. Y por todos los viajes en metro que hemos hecho juntos, querido Chuck.

Comentario de Chuck Palahniuck: “Vos sos un pelotudo”.

Mis recomendados de Palahniuck:
Monstruos Invisibles
El Club de La Lucha
Condenada
Error Humano

Foto: Frenkieb